Sunday, July 30, 2006

Comunidad Internacional versus Israel. Una opinión.

"La gata de Doña Flora"

Alberto Mazor (Desde Israel)

Pareciera absurdo pero es real; uno se levanta de mañana, escucha las noticias por radio, ve las imágenes por televisión, termina de leer y releer casi todos los diarios, semanarios y revistas y no tiene más remedio que llegar a la complicada conclusión de que hay sólo un ítem, apenas uno, capaz de formar coaliciones tan extrañas que consiguen poner bajo un mismo techo a Hugo Chávez con Jacques Chirac, Fidel Castro con Rodríguez Zapatero, Irán con la Unión Europea, Gran Bretaña con Corea del Norte, ‘Granma’ con el ‘The New York Times’ o ‘Izvestia’ con cualquier periódico español, boliviano o la ‘BBC’… ¿Problemas ecológicos?, de ninguna manera ¿el hambre en el mundo? ¡No, qué va!...

El accionar de Israel.

Así, como "la gata de Doña Flora", cualquier maniobra que lleve a cabo el Estado judío, provenga ésta de tal o cual orientación política, casi siempre estará supeditada a críticas parciales, malintencionadas y unilaterales tanto de los distintos medios como de los gobernantes y políticos de turno.

Aparentemente, si todo el mundo critica o condena, uno piensa… - Y bueno, algo debe haber…nunca hay humareda sin fuego…

Sin embargo, aquellos que son un poco testarudos, a los que le cuesta entender esas coaliciones repentinas y extrañas, se preguntan: - si por un lado, cuando Israel reacciona contra actos terroristas con mano dura, de la misma forma que lo haría cualquier país civilizado que se considere responsable por la seguridad de sus ciudadanos, actúa de forma irresponsable, y por otro, cuando abandona territorios conquistados, con el objeto de reactivar un agónico proceso de paz, también es reprochada ¿qué es lo que realmente está pasando?

¿Qué puede explicar tales críticas constantes de la mayor parte de la Comunidad Internacional hacia Israel?

Los terroristas palestinos de Hamas, amparados por un gobierno electo democráticamente, han respondido a la retirada de los colonos israelíes de Gaza en el 2005, disparando constantemente cohetes Kassam contra ciudadanos dentro de Israel. Hace tres semanas mataron a dos soldados, secuestraron a un tercero, asesinaron a sangre fría a un civil y prometieron seguir haciendo lo mismo a otros.

Hezbollah irrumpió con un intenso bombardeo de cohetes Katiushas sobre ciudades y poblaciones a lo largo de la frontera internacional entre Israel y El Líbano determinada por la ONU, la cual gozaba de una relativa calma desde el año 2000. Así mismo, Hezbollah violó las leyes internacionales invadiendo territorio israelí, asesinando y secuestrando soldados.

Sería de esperar que estos ataques terroristas contra Israel fueran vistos por las naciones responsables de manera similar a la violencia jihadista de la que somos testigos a diario en todo el mundo, es decir, como los islamistas radicales que decapitan a diplomáticos rusos en Chechenia, como el exterminio de miles de inocentes en Nueva York, Madrid, Londres, París, Estambul o Singapur, entre otros, o como los que amenazan con asesinatos a causa de las caricaturas danesas.

Pero ese no es el caso. Israel es observado siempre como una extraña excepción que, por alguna razón, haga lo que haga, se merece lo que le suceda.

Otros estados pueden responder con impunidad, torturando o matando de manera brutal a miles de terroristas musulmanes, mientras Israel es condenado cuando abate a quien continuamente planea dañarla.

Cuando a fines de 1999 los rusos entraron por la fuerza en Grozny, miles de musulmanes de Chechenia murieron; pero la prensa permaneció prácticamente en silencio. Tanto la Siria de Hafez y Bashar al-Asad como el Egipto de Anwar Sadat y de Hosny Mubarak acechan hace decenas de años a los grupos de la Hermandad Musulmana, destruyendo sus células y matando, quizás, a más de 10.000 personas. Ellos no provocan muchas resoluciones de la ONU o esfuerzos internacionales para ayudar a los perseguidos.

Hasta la fecha, nadie conoce la horrible cifra exacta de cadáveres a causa de la insurrección islámica en Argelia. Darfour, en Sudán, recibe -por fin- espacio televisivo solamente después de que decenas de miles perecieron. Pero eso sí, el cerco a la ciudad de Jenín, en Cisjordania, por parte de Israel en el 2002, donde menos de 80 personas murieron en total por ambos bandos, fue evocado como "genocidio" por parte de los mismos que, en Medio Oriente, a menudo, niegan el verdadero genocidio que se llevó las vidas de 6.000.000 de judíos.

Cuando Israel responde al terrorismo por aire, es etiquetado por la prensa como "blitz", como si fuera comparable al bombardeo masivo nazi de Londres durante la Batalla de Inglaterra.

La barrera de seguridad fronteriza de Israel, que consigue aminorar los ataques terroristas, es denominada "Muro de Berlín" por medios de prensa españoles o americanos, pero nunca se los escucha describir la enorme y sofisticada empalizada levantada por España en Melilla para mantener alejada a la miseria africana, o a la cerca electrónica colocada por Estados Unidos en su frontera con México, tan larga como la esperanza de los mexicanos que intentan burlarla.

Después está la herida abierta, gangrenada y terriblemente dolorosa de los territorios ocupados en Cisjordania; pero olvidando constantemente que toda una serie de guerras encaminadas a destruir a Israel se originaron, en parte, desde "Palestina", o que Israel ha entregado tierra adquirida en guerra en el marco de su estrategia contínua de "tierras por paz".

¿Qué hay tan en especial en Cisjordania que engulle a todas las demás crisis a causa del espacio en disputa desde islas como Chipre o las Malvinas hasta países enteros como el el Tibet? ¿Por qué el diminuto Israel ha ocupado más resoluciones de condena de las Naciones Unidas que todas las firmadas contra las demás naciones del mundo juntas?

No es que Israel sea un Estado criminal. Durante más de medio siglo ha sido la única democracia liberal en Medio Oriente; su sistema judicial es envidiable; los científicos israelíes han dado al mundo infinidad de elementos con los cuales es posible mejorar las actuales condiciones de vida.

El petróleo explica parte de esta extraña discrepancia en como ve el mundo a determinados países. Se desvía de la política. Resten el petróleo árabe e iraní -y, por lo tanto, el riesgo de otro embargo petrolero o ascenso de precios manipulado- y los temores occidentales a los estados petroleros de Oriente Medio se desvanecerán. El mero interés propio determina la política exterior de la mayor parte de las naciones.

El tamaño de Israel es también aquí un factor. Israel tiene una población no muy superior a los 6.000.000 de habitantes y está rodeado por cerca de 350.000.000 de árabes musulmanes. La mayor parte del mundo cuenta a unos y otros y ajusta sus posturas en consecuencia.

El antiguo antisemitismo es, por supuesto, otro ingrediente que explica la animada versión mostrada contra Israel. Ni siquiera a los occidentales multiculturales sensibles les preocupa que sus aliados árabes retraten con frecuencia a los judíos como cerdos o monos en los medios de prensa controlados por el Estado. Obras odiosas como "Mein Kampf" o "Los Protocolos de los Sabios de Sión" aún se venden hasta agotarse en Palestina, y el dinero iraní y del Golfo continúa subvencionando una mini-industria de revisionismo del Holocausto.

Finalmente, como ya saben los norteamericanos por su propia frontera sur, en el mismo momento en que una nación exitosa, de carácter occidental, limita con un país en desarrollo, las emociones primordiales como el honor o la envidia nublan la razón.

Así, en lugar de reconocer que la democracia de corte occidental, las libertades personales o la igualdad ante de la ley explican porque un Israel próspero y estable se levantó del polvo y las piedras, los palestinos en particular y el mundo árabe en general tienen fijación con el sionismo, el colonialismo y el racismo. No es de extrañar que lo hagan; sin ese chivo expiatorio, tendrían que enfrentarse directamente con un tribalismo intratable, el apartheid de sexo, el terrorismo interno y el fundamentalismo religioso, mientras construyen una sociedad abierta basada en el mandato de la ley.

Cada una de las razones arriba mencionadas no alcanzarían por sí solas para determinar dicha relación crítica y una condena constante de la Comunidad Internacional para con el Estado de Israel.

En cambio, la unión de todas ellas posibilita que el síndrome de "la gata de Doña Flora" se apodere de los países más civilizados, de sus dirigentes, de sus políticos, de sus intelectuales, de sus académicos y de su prensa la cual, después de todo, necesita lectores, oyentes y televidentes para poder competir dentro de un mundo dirigido por la libertad del mercado.

Lo fundamental es no olvidar, nunca, que en la multifacética y salvaje selva del mercado libre, las gallinas están libres y los zorros también.