Saturday, November 26, 2005
amor judeu
Eliézer Ben Yehudá y el renacimiento de una lengua
Jack Fellman*
En su obra pionera sobre restauraciones y restauradores de lenguas, el lingüista norteamericano Einar Haugen escribió: "Parece que casi por regla general tales movimientos se remontan a una sola persona abnegada, que fue capaz de enfocar las preponderantes insatisfacciones de su pueblo. Al surgir del grupo cuyo lenguaje había sido descuidado, esos reformadores tuvieron a menudo una motivación más que puramente intelectual para establecer la existencia de su lengua. Su aporte se convirtió en una contribución a la liberación general del grupo, un medio de rebelión y un símbolo de unidad". En el renacimiento del hebreo, considerado uno de los acaeceres socio-lingüísticos más descollantes de los tiempos modernos, esta caracterización constituye una verdad que se aviene eminentemente con Eliézer Ben Yehudá.
Eliézer Ben Yehudá, originalmente llamado Eliézer Itzjak Perelman, nació en la aldea lituana de Luzhky el 7 de enero de 1858. Al igual que todos los niños judíos de ese tiempo y lugar, comenzó a estudiar hebreo a muy temprana edad como parte de una educación religiosa. Sobresalió en sus estudios y por último fue enviado a una yeshivá (academia rabínica) con la esperanza de que se convertiría en rabino. Sin embargo, lo mismo que muchos jóvenes judíos promisorios de esa época en Europa Oriental, se interesó por el mundo secular, acabó por abandonar la yeshivá e ingresó en un gimnasio ruso, completando sus estudios como alumno externo en 1877. Ese año Rusia proclamó la guerra al Imperio Otomano para ayudar a los búlgaros a recuperar su independencia de los turcos. Ben Yehudá se vio cautivado por la idea de restauración de los derechos a los búlgaros en su suelo nacional. En el siglo XIX varias naciones europeas habían revivido de esa manera, notoriamente los griegos, descendientes de la clásica Atenas, en 1829, y los italianos, herederos de la clásica Roma, en 1849. Ben Yehudá se vio profundamente influido por dichos renacimientos y extrajo la conclusión de que el concepto europeo de integridad nacional debiera aplicarse también a su pueblo. Tuvo la certeza de que si los búlgaros, que no eran un pueblo clásico antiguo, podían exigir y obtener un estado propio, también los judíos –Pueblo del Libro y herederos de la histórica Jerusalem–, merecían lo mismo. Es verdad que Eretz Israel, la tierra de los judíos, contaba con pocos de éstos en el siglo XIX, y que el lenguaje de los judíos, el hebreo, era de hecho sólo una lengua escrita, no hablada, pero estaba convencido de que tales obstáculos no eran insuperables. Los judíos debían retornar a su tierra histórica y comenzar a hablar de nuevo su lengua.
Animado por esas ideas, Ben Yehudá determinó que él mismo se trasladaría a Palestina. Partió de Rusia en 1878, dirigiéndose primero a París a estudiar medicina, con el propósito de ayudar en el futuro a la comunidad judía de Eretz Israel. Sin embargo, debido a sus propios problemas de salud (tuberculosis), no pudo continuar los estudios aunque, para su crédito eterno, no vaciló en sus convicciones y en 1881 arribó a la tierra añorada con sus planes intactos referentes al renacimiento de la lengua hebrea. De hecho, todavía en el exterior había ponderado la restauración y publicado varios artículos en diversos periódicos hebreos, sobre la triple cuestión del renacimiento del pueblo hebreo, de su tierra y de su lengua. En realidad, esos primeros artículos pueden ser considerados como precursores del sionismo político moderno, pues incluyen los elementos básicos del nacionalismo judío: el asentamiento en la patria nacional y el renacimiento de la lengua, la literatura y la cultura hebreas.
Ben Yehudá se asentó en Jerusalem, donde la mayoría de los judíos del país vivían en el seno de diversas comunidades, planificando la utilización de la ciudad como base para la difusión de sus ideas en la Tierra de Israel y en la diáspora. Adoptó varios planes de acción. Los principales eran de triple alcance y se los puede resumir como: "Hebreo en el hogar", "Hebreo en la escuela" y "Palabras, palabras, palabras". En lo que concierne al "Hebreo en el hogar", ya antes de llegar a la entonces Palestina y como resultado de su exitosa primera conversación prolongada en hebreo, Ben Yehudá había decidido hablar sólo en hebreo con todo judío a quien encontrara. Por lo que se sabe, esa primera conversación tuvo lugar con Guétzel Zelicovich o con Mordejái Edelman, en un café del Boulevard Montmartre en París. Puesto que Ben Yehudá había comprobado por sí mismo que podía hablar sin tropiezos en hebreo con sus amigos y conocidos, quería que el hebreo fuese su única lengua tras su llegada a la Tierra de Israel. Cabe señalar que tó no le result, demasiado difícil, excepto quizá la falta de vócablos para ciertos temas. En realidad, describió con gran entusiasmo sus primeras conversaciones en hebreo cuando, junto con su esposa, desembarcó en Iafo y habló con un cambista de dinero judío, con un posadero judío y con un carromatero judío. Porque aquí había encontrado gente simple que hablaba hebreo, quizá con errores aunque siempre más o menos con naturalidad y fluidez. Pero Ben Yehudá quería que los judíos en Eretz Israel hablaran exclusivamente en hebreo. Por lo tanto, en 1882, cuando nació su primer hijo Ben Sión Ben Yehudá (o Itamar Ben Aví, como se lo conocía generalmente), su esposa Débora tuvo que prometerle que el recién nacido sería el primer niño de habla exclusivamente hebrea en la historia moderna.
Conforme a Ben Yehudá, éste era un acontecimiento simbólico muy importante para el futuro del renacimiento, pues con un niño en la casa los padres y los visitantes tendrían que hablar y conversar en forma natural sólo en hebreo, sobre los asuntos más cotidianos. Y cuando finalmente el niño comenzara a hablar por sí mismo, Ben Yehudá tendría una vívida demostración de que el renacimiento de la lengua era realmente factible. Como escribió en la introducción a su diccionario: "Si una lengua que dejó de ser hablada, sin que nada quede de ella salvo lo que resta de la nuestra, puede volver a ser la lengua hablada de un individuo en todas las necesidades de su vida, ya no cabe poner en tela de juicio que puede convertirse en la lengua hablada de una comunidad".
Y eso fue lo que ocurrió. Itamar Ben Aví describe en su autobiografía, aunque lo hace de un modo más bien romántico, algunas de las drásticas precauciones adoptadas por su padre para asegurar que su hijo escuchara y luego hablara sólo hebreo. Cuando a la casa, por ejemplo, llegaban visitantes que no sabían hebreo, Ben Yehudá lo enviaba a la cama para que no oyera las lenguas extranjeras. Similarmente no permitía que el hijo escuchara "los píos de pájaros, ni los relinchos de caballos, ni los rebuznos de asnos, ni el revoloteo de mariposas, porque hasta todas esas voces eran foráneas, de ninguna manera hebreas". El niño comenzó a hablar a la relativamente tardía edad de cuatro años. Su madre no podía ajustarse a la exigencia de hablarle sólo en hebreo. Cierto día, cuando el esposo se hallaba fuera de la casa, la madre comenzó a entonar inadvertidamente canciones de cuna en ruso. Ben Yehudá había regresado temprano y cuando oyó que se cantaba ruso en su casa, se enfureció y empezó a gritar. Itamar escribió sobre la amarga escena que siguió: "Me sacudió sobremanera ver a mi padre iracundo y a mi madre apenada y en lágrimas; la mudez se apartó de mi labios y el habla llegó a mi boca".
El hecho de que hubiera un niño en la casa acentuaba la necesidad de buscar palabras hebreas apropiadas para denominar las cosas mundanas de la vida diaria. Por ello, Ben Yehudá acuñó nuevos vocablos hebreos para objetos como muñeco, helado, jalea, tortilla, pañuelo, toalla, bicicleta y cientos más. A medida que el niño crecía, crecía el hebreo, tanto en léxico como en naturalidad. Ben Yehudá y su familia de habla hebrea se transformaron en una leyenda viva, en una encarnación del renacimiento que todos debían emular.
De todos los pasos dados por Ben Yehudá para revivir el hebreo, la utilización del "Hebreo en las escuelas" fue a todas luces el más importante y así por cierto lo comprendió. Sus primeros artículos, escritos cuando aún se encontraba en el exterior, trataban de cómo el lenguaje ruso había arraigado entre los jóvenes de Rusia, incluso entre aquellos para los que no era la lengua materna, por medio de su introducción como lengua de instrucción en las escuelas. En base al mismo principio, preconizó que los rabinos y los maestros utilizaran el hebreo como lengua de instrucción en las escuelas judías de Eretz Israel para todas las asignaturas, tanto las religiosas como las seculares. Ben Yehudá comprendió que el renacimiento podría tener éxito, especial y quizá exclusivamente, si la joven generación del país comenzara a hablar libremente el hebreo. Por lo tanto, cuando Nisim Bejar, director de la escuela Torá y Avodá de la Alliance Israélite Universelle en Jerusalem, le propuso en 1882 que enseñara en dicha escuela, accedió. Bejar comprendió la necesidad de utilizar el hebreo en su escuela porque, por primera vez, niños de diferentes comunidades judías iban a estudiar en la misma clase sin contar con otro lenguaje común fuera del hebreo. Bejar explicó a Ben Yehudá su método de enseñar hebreo por medio del hebreo, sistema directo sin traducción a otros idiomas, que ya se había había utilizado para la enseñanza del francés y otras lenguas. Bejar ya había probado el sistema en hebreo en la Escuela de la Alliance en Estambul, que dirigiera antes de trasladarse a Jerusalem. Ben Yehudá pudo ejercer sólo por espacio de un breve período debido a razones de salud, pero su enseñanza del hebreo fue exitosa. A los pocos meses, los niños ya charlaban flúidamente en hebreo sobre temas diarios relacionados con la comida, la bebida y la vestimenta, así como con acontecimientos diversos dentro y fuera del hogar.
Ben Yehudá sabía muy bien que de ello dependía el futuro del renacimiento. Si los niños podían aprender hebreo en la escuela desde una edad bastante temprana, se convertirían en hebreohablantes unilingües cuando fuesen mayores. Conforme a sus palabras, "la lengua hebrea pasaría de la sinagoga a la casa de estudios, de la casa de estudios a la escuela, de la escuela al hogar y finalmente se transformaría en una lengua viva" (Hatzví, 1886).
Y fue lo que ocurrió. El ejemplo personal de Ben Yehudá y su éxito en la docencia impresionaron sobremanera a otros maestros. A decir verdad, la enseñanza en hebreo involucró muchos problemas, por ejemplo la falta de maestros, de textos, de materiales como juegos o cantos, la falta de terminologías, etc. David Yudlevitz, un maestro veterano, escribió en 1928: "En una atmósfera difícil, sin libros, sin expresiones, vocablos, verbos y cientos de sustantivos, teníamos que empezar a enseñar... Es imposible describir o imaginar las presiones bajo las cuales se sembraron las primeras semillas... Los materiales didácticos con que se contaba para la enseñanza primaria en hebreo eran limitados... Nos sentíamos semimudos, tartamudeábamos, hablábamos con las manos y los ojos". Otro prominente educador, David Yelín, escribió en la misma vena: "Cada maestro tenía su propio texto didáctico en francés o ruso y organizaba su actividad en hebreo ajustada al mismo... No existían términos para la enseñanza. Cada maestro de aldea era de hecho un miembro de la Academia (de la Lengua Hebrea), en cuanto a la creación de vocablos a su gusto, y cada uno, por supuesto, utilizaba sus propias invenciones". Sin embargo, a medida que transcurría el tiempo los problemas se resolvían y emergió una joven generación de habla hebrea, asegurando más allá de cualquier duda que el renacimiento sería un éxito.
Ben Yehudá quería atraer también adultos a sus ideas. Después de escribir durante varios años en el periódico local Hajavatzélet, comenzó a publicar en 1884 su propio periódico Hatzví, como instrumento para la enseñanza de adultos. Los diarios en hebreo de ese tiempo eran todavía una novedad (el primero de ellos apareció a mediados de la década de 1850), especialmente el suyo, que quería emular nada menos que Le Figaro de París, con un diario hebreo que abordase todos los temas de interés para un pueblo que vive en su propio país, que incluyera noticias internacionales y locales, boletines referentes al clima, a las modas, etc, y que virtualmente todo hombre judío en Eretz Israel a fines del siglo XIX, pudiera leer y comprender sin mucha dificultad un diario hebreo. Ben Yehudá creía que si publicaba un periódico a bajo precio, la gente se convencería de que era capaz de expresar todo lo que quisiera en hebreo y que se incrementaría su disposición a valerse del lenguaje para transmitir sus ideas. Recurría también a su diario para introducir nuevas palabras que de otra manera se perderían, tales como itón (periódico), orej (redactor), mivrak (telegrama), jaial (soldado), manúi (suscriptor), ofná (moda), etc. Los judíos eran ávidos lectores y el diario de Ben Yehudá hizo mucho por expandir sus ideas y neologismos tanto en la Tierra de Israel como en la diáspora.
Además, para ayudar a los que serían hablantes y lectores en hebreo, comenzó a compilar un diccionario. Lo inició cuando todavía se hallaba en París. Se trataba de una breve nómina bilingüe en hebreo y francés, escrita al dorso de una libreta de apuntes que utilizaba para anotar su lista de víveres. Pero, tal como lo explica el propio Ben Yehudá en la introducción a su diccionario, cuando comenzó a hablar en hebreo diariamente sintió cada vez más la falta de vocablos. Su nómina se fue haciendo cada vez más larga y comenzó a publicarla en sus diarios, con el objeto de ayudar a futuros hebreoparlantes que tropezaran con similares problemas. Se multiplicaban las dificultades. Cuando hablaba en hebreo tanto en su casa como con sus amigos, podía utilizar la lengua más o menos como deseaba. Pero si quería que toda la sociedad utilizara el hebreo, las palabras tenían que ser precisas y exactas, de acuerdo con reglas filológicas estrictas. Por lo tanto, se convirtió en un lexicógrafo científico. Los resultados de sus arduos esfuerzos, trabajando a veces 18 horas por día, eran asombrosos y culminaron con su "Diccionario Completo de Hebreo Antiguo y Moderno", monumental obra en 17 volúmenes. Fue completado después de su muerte por su segunda esposa, Jemda, y por su hijo, y todavía hoy es singular en los anales de la lexicografía hebrea.
Para ayudarle en su diccionario y resolver diversos problemas de terminología, pronunciación, ortografía, puntuación, etc., relacionados con la forma y el tipo de hebreo, Ben Yehudá fundó en 1890 el Consejo de la Lengua Hebrea, precursor de la Academia de la Lengua, supremo árbitro y autoridad en todas las materias pertinentes al hebreo.
Esas fueron las medidas principales que adoptó para realizar su sueño de renacimiento del lenguaje. Por supuesto, no revivió toda la lengua solo, como a menudo se quiso afirmar. Es más, necesitó y confió en el apoyo de la sociedad que lo circundaba. Además de la ayuda de la población local (limitada y a veces también totalmente hostil), lo que más auxilió a Ben Yehuda en su cruzada lingüística fue que el año 1881, el mismo año en que llegó a la entonces Palestina, señaló el comienzo de las primeras olas inmigratorias de colonos judíos al país. La abrumadora mayoría de esos colonos eran, como él, jóvenes, instruidos e idealistas, de similares trasfondos socioeconómicos judíos de Europa Oriental, que habían decidido recomenzar sus vidas en la tierra prometida a sus ancestros. Eran receptivos de sus noveles ideas y estaban dispuestos a hablar en hebreo, como él exigía sin cesar. De hecho, muchos ya sabían hebreo cuando arribaron y otros deseaban mejorar sus conocimientos o empezaron a estudiar la lengua. Hablaban hebreo con sus hijos en el hogar, así como también en los jardines de infantes y escuelas que establecieron a todo lo largo del país. De ese modo, en una generación bíblica, en los 40 años entre 1881 y 1921, se formó un núcleo de jóvenes y fervientes hebreoparlantes, con el hebreo como único símbolo de su nacionalismo lingüístico. Las autoridades del Mandato Británico reconocieron al hebreo como la lengua oficial de los judíos en Palestina el 29 de noviembre de 1922. El renacimiento hebreo era ahora un hecho y el sueño de Ben Yehudá a lo largo de toda su vida se vio materializado. Lamentablemente, apenas un mes después sucumbió como consecuencia de la tuberculosis que lo asechaba desde los días de su estadía en París.
No cabe decir, como a menudo se hizo, que antes de Ben Yehudá el hebreo era una lengua muerta, que él revivió sin ayuda y milagrosamente. A decir verdad, se abusó mucho del término "muerto". Como el filólogo Jaim Rabin lo señalara en 1958, "...no sería exagerado afirmar que en el tiempo del primer artículo de Ben Yehudá en 1879, más del 50% de los hombres judíos eran capaces de comprender el Pentateuco, las plegarias cotidianas, etc., y que un 20% podía leer un libro hebreo en cierta medida difícil, hecho que era cierto para una proporción mucho más alta en Europa Oriental, Africa del Norte y Yemen, y para un porcentaje mucho menor en los países de Occidente. Siendo así, citaremos el penetrante postulado de Cecil Roth sobre el papel de Ben Yehudá en el renacimiento de la lengua: "Antes de él los judíos podían hablar hebreo; después de él, lo hicieron".
Ben Yehudá fue el profeta y propagandista, el teórico y táctico, el signo y símbolo del renacimiento. El mismo escribió en 1908, en su periódico Hatzví: "Para todo es necesario sólo un hombre juicioso, diestro y activo, con iniciativa para dedicar todas sus energías a su causa, y ésta progresará sin duda a pesar de los obstáculos que traben su camino... En todo nuevo acto, en cualquier paso aunque sea el más pequeño en la senda del progreso, es indispensable un pionero que emprenda el camino y deje de lado toda posibilidad de volverse atrás". Para la restauración de la lengua hebrea, ese pionero fue Eliézer Ben Yehudá.Traducción: Bar Kojba Málaj
* JACK FELLMAN nació en los Estados Unidos en 1945, estudió lingüística, semántica y estudios del Medio Oriente en Harvard y obtuvo su doctorado en 1971. Llegó a Israel en 1968 y es docente titular del Departamento de Hebreo y Lenguas Semíticas en la Universidad de Bar-Ilán.
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