Monday, June 12, 2006
De la sotana a la kipá
Comunidad Cultural Sefarad
viernes, 07 de abril de 2006
De la sotana a la kipá
Hoy en día se observan variados casos de personas que deciden unirse al pueblo de Israel y pasar por un exhaustivo proceso de conversión al judaísmo. Cada caso de por si es una historia inolvidable...
Entrevista con Aarón Calderón
Oriundo de la provincia de Entre Ríos, Argentina, Aarón Calderón ha llevado una vida en búsqueda de la unidad de Di-s y de la espiritualidad. El ex-monje benedictino actualmente reside en Jerusalén y es la mano derecha del Rebe de Strotkop. Sus ojos profundos y sus pasos sinceros son reflejo de un alma inolvidable.
P: ¿Cuándo se empezó a interesar por la religión?
Cuando entré a al colegio a los 12-13 años fue mi primer despertar religioso: ayudar a la gente, identificarse con los ideales de amor universal que presenta de alguna forma el cristianismo. Ellos tienen un estilo muy misionero de trabajar con chicos y jóvenes. Me acerqué mucho a ese sistema. Era también la época de todos los ideales, de la adolescencia. Al terminar la secundaria, a los 16 años, hice dos años de seminario en Rosario, donde empecé mis primeras experiencias misioneras con indígenas venidos del norte de Argentina a otra ciudad de Santa Fé. Esto, por un lado, me produjo una satisfacción por poder ayudar a la gente, pero por el otro me generó un vacío espiritual, en el sentido que era superficial en cuanto a la búsqueda religiosa. No es suficiente dar, hay que saber dar. Uno tiene que estar muy conectado internamente para poder dar. De lo contrario el dar se transforma en una forma de recibir, una forma egocéntrica de recibir. Puede ser una mentira el dar. Fue la primera crítica intuitiva que tuve hacia la iglesia: Trabajo con los pobres, les doy mate cocido y pan de segunda categoría. Luego regreso al instituto donde tenemos ducha caliente, televisor a color y comida de primera calidad. El dar se transforma en una cuestión simplemente burocrática, pero no está conectada con uno.
Después de esos dos años entre al sistema del consagrado – el religioso católico, el noviciado – lo que significaba adentrarse en estudios filosóficos y compenetrar un poco más en la espiritualidad católica y religiosa. Eso fue un año, pero no llegó a llenarme, por que era un sistema muy escolarizado de la vivencia espiritual. Era un sistema que no estaba adaptado a mi ritmo de vida. Fue entonces cuando comencé a buscar, a los 19 años de edad, un sistema más primitivo, más antiguo, más conectado con las raíces católicas y allí encontré un monasterio benedictino.
El sistema de oraciones es similar al judío, tres veces al día. Ellos lo llaman: “Laudes”, “Sexta” y “Víspera” (Como shajarit, minja y arvit). Con el mismo sistema de salmos y también Tikún Jatzot (estudio y rezos nocturno). El ideal de ellos es crear un desierto de silencia en donde la persona puede buscar sin disturbios ni confusiones la unidad de Di-s. La gran mayoría del día está prohibido hablar, pero hay momentos de recreo. Los novicios tienen más momento de hablar, porque están en la época de adaptación tienen un recreo a la tarde y uno a la noche de no más de media hora. Yo estuve tres años en el monasterio. Dos de novicio y el último hice votos monásticos temporales: Obediencia, conversión de vida (voto de pobreza y castidad) y estabilidad (morir en el monasterio).
P: ¿Cómo fue la experiencia de llevar una vida sin hablar?
Era muy fuerte, no solamente el no hablar, en general la falta de medios de comunicación. Para quien estaba acostumbrado a la radio, la televisión, al diario, descomunicarse y contactarse con uno mismo de una forma abrupta, es muy fuerte, es un shock. Los monjes decían que el hombres se transforma de esta forma en una caja de resonancia y el mundo interior que hasta el momento parecía muy chiquito, se expande y uno ve un mundo entero de emociones y sentimientos; uno ve mucho más claro el mundo interno espiritual.
P: ¿A usted como persona qué la aportó esta experiencia?
Esto llevó a clarificarme, a ver y a sentir con claridad la unidad de Di-s, que a pesar de todo lo que uno puede ver, de todas las mutaciones y los cambios de la realidad y de la historia, al conectarse con uno mismo uno descubre que existe un creador, una sola esencia que sostiene, que crea y que mantiene el universo.
P: ¿Cómo es la vida social en un monasterio?
La vida social se reduce, precisamente para abrir la vida espiritual. Se crean amistades, muy reducidas, siempre dentro del ambiente del monasterio. Se desarrolla otro tipo de comunicación gestual no verbal. Es un mundo de comunicaciones. Por ejemplo, en el comedor no se puede hablar. Hay un lector y los demás comen en silencio. Había todo un mundo gestual para pedir la sopa, la sal, el vino, etc…Hay una sensibilidad en la mirada que te permite descubrir si el otro necesita algo. Se desarrolla una conexión, de alguna forma energética, de miradas y códigos. En este mundo no oral se crean relaciones sociales. De mi grupo ninguno se quedó en el monasterio, pero con aquellos que creé vínculos sigo en contacto incluso hasta el día de hoy.
P: ¿Cómo comenzaron sus dudas respecto al cristianismo?
En una ocasión fui al abad del monasterio y le planteé la siguiente cuestión: El Todopoderoso se puede comparar a un padre que le dice al hijo que es diabético no comer azúcar y lo cría de esta forma. Cuando llega la mayoría de edad el padre le trae una gran torta de chocolate. Es un padre que le da algo que el hijo no puede entender ni recibir. Sería un mal padre. Igualmente, en el antiguo testamento, en la Torá, Di-s ordena no hacer imagen y cada vez que el pueblo de Israel se hacía una imagen lo castigaba, y cuando teóricamente llega la plenitud de los tiempos y Él quiere dar la salvación a la humanidad, Él mismo se moldea, se hace imagen en cuerpo de una persona. ¿Cómo se entiende desde esta perspectiva el mensaje del cristianismo? El Abad se sonrió con una sonrisa muy pícara y me dijo “es una cuestión de fe”. Llegado el momento seguí con las preguntas generales a la iglesia. Las dudas se me manifestaron ante todo a nivel teológico sobre la unidad de Di-s. Durante mi estancia en el monasterio la presencia y unidad de Di-s se me hizo clara, el tema fue cuando intenté entender las doctrinas filosóficas y externas a toda espiritualidad sobre la trinidad. Se me hizo muy complicado entender los misterios cristianos de la eucaristía, del pan que es Di-s; materializar a Di-s de una forma tan burda como es un pedazo de pan. Empezaron entonces las críticas al mismo Jesús cuando él critica a la tradición rabínica de su época. No me voy a olvidad el sentimiento de culpa que sentí cuando leí el evangelio: ustedes largan sus vestiduras, rezan y viven de la limosna mientras que los demás están pobres. ¡Y de pronto me vi a mi mismo! Yo tenía largas vestiduras, la sotana, yo vivía en el convento tranquilo, vivía de la limosna de los demás y decía que hacía largas oraciones. La misma crítica que él hizo en su época, se le puede hacer a la iglesia de hoy en día. Él critica la tradición oral judaica de su época y la iglesia después creó su propia tradición oral igual a aquella que criticó. Al final se queda el mismo esquema, el mismo sistema. Finalmente decidí abandonar el monasterio y volver a mi ciudad.
P: ¿El abad no se asombraba de este tipo de preguntas?
No, de ninguna forma. Es una pregunta muy normal en la vida de un monje. Es la pregunta del monje. Para ellos es la tentación del monje. El ideal es atravesar el umbral de la duda y encontrarse con el misterio, coexistir con el conflicto y vivir así.
P: ¿Cómo comenzó su interés por el judaísmo?
Una vez que fui a asesorarme con el Abad vi que estaba estudiando Torá en hebreo. Lo que me acuerdo de esa época fue el impacto de las letras. Para mi fue un despertar. Desde ese momento sentí que era algo que yo tenía que aprender. Recuerdo que cuando salí de este encuentro volví al recreo de los novicios y yo les conté el episodio y dije que si algún día yo salía de ahí me gustaría estudiar hebreo. En ese momento nunca hubiera pensado que iba a terminar en el pueblo de Israel. En esa época yo era un buen cristiano y a pesar de todo muy devoto.
P: ¿Cuál fue la reacción de sus padres cuando decidió irse al convento?
Muy negativa. Lo tomaron muy mal. Ellos se arrepintieron en alguna forma de haberme enviado a un colegio religioso. Porque ellos sabían que estando en el monasterio no iba a tener hijos, ni familia y para ellos eso era muy triste.
P: ¿Cuál fue la reacción de su madre al regresar del convento?
“¡Te lo dije!”
P: ¿A qué se dedico al regresar del monasterio a su ciudad natal?
Empecé a estudiar en la facultad de teología para laicos de una universidad católica, donde estudié por dos años. En esa época también decidí estudiar finalmente hebreo, por lo cual fui a buscar a un rabino. Mi sorpresa fue cuando me encontré un rabino sin barba, un reformista muy moderno. Y cuando me dijo que no enseñaba hebreo mayor fue mi asombro. Me acerqué a una escuela de gente adulta que estudiaba hebreo una vez por semana, donde tampoco eran religiosos y la mitad no eran siquiera judíos. Paralelamente, en el teologado me hice amigo de un instituto de monjas misioneras, comencé a colaborar con la misión con gente marginada. Así fue, por un lado el descubrimiento de la comunidad judía y por otro lado la vivencia del cristianismo. En el ínterin conocí también a un grupo mesiánico. En un momento tuve todo el mapa frente a mí. Podía ir un viernes a la sinagoga, después ir al centro mesiánico y después ir a misa.
P: ¿Qué lo hizo tomar un rumbo determinado?
Recuerdo que un día que volvíamos de misionar con una amiga le dije: “los judíos recitan los viernes el “veshamru bnei Israel…” y ahí se dice que hay un pacto eterno entre Di-s y el pueblo de Israel. Si es un pacto eterno, lo que Di-s dice no lo puede revocar. Si Shabat es un pacto eterno y nosotros lo cambiamos al domingo, nosotros estamos equivocados.” Ella por su parte me respondió diciendo: “Sos un fundamentalista”.
Para mi ese fue un punto decisivo. Entendí que de ahí no había vuelta. Ese fue el punto espiritual donde yo decidí ingresar al pueblo de Israel. Esto desencadeno toda una desilusión y desengaño de Jesús y su mensaje; me creo un vacío interno muy fuerte y muy grande, una angustia espiritual; de alguna forma todo lo que llenó mi vida, todos estos ideales de la adolescencia no estaban y no había de donde agarrarme ni en quien creer, ni a quien amar…nada. Estaba el vacío.
P: Después de esta conclusión espiritual, ¿Cómo fue su acercamiento al judaísmo?
En esa época me encontré con el rabino Lubavitch que había venido a la ciudad. Me encontré con él en la calle. Antes ya me habían comentado que había en la ciudad un
Rabino ortodoxo, me había dicho que no me iban a aceptar – sobretodo viniendo del mundo que yo venía. Cuando me lo encontré en la calle le dije que yo me quería convertir al judaísmo. Pidió mi teléfono pero no me llamó. Busqué su teléfono, lo llamé y nos encontramos. En aquella charla me dijo algo que me acercó mucho más al judaísmo. Me explicó que yo no necesitaba convertirme para llegar a la salvación, que por ser “bnei noaj” bastaba con que cumpliera las siete mitzvot. “Dejaste la idolatría, eres un “goi” perfecto, así te creó el Todopoderoso, vas a tener tu parte en el mundo por venir.” Esto me llevó a comprender que el Di-s de Israel es un Di-s de amor que recibe a toda la humanidad.
Los primeros pasos de acercamiento lo hice junto a este rabino Lubavitch, Rabino Moshe Bluminfeld. Todos me habían asustado que no me iban a recibir en el mundo ortodoxo, pero yo iba todos los shabat a su casa y era muy abierto. Me decía que podíamos ser muy buenos amigos aunque no fuera judío. Casi dos años estuve en el proceso con él. Es como un chico que se va educando en la casa de su padre y va a aprendiendo. Yo nunca decidí ser jasid, ni dejarme la barba, ni ponerme kipa, es una cuestión de convivencia. Yo quiero aprender cómo son los judíos y dentro de esto voy viendo, voy aprendiendo y voy integrándome.
Después de estos dos años yo tenía mucha tensión interna, pero en Argentina no se puede hacer conversión porque hay un “jerem”. En esa época me sucedió un milagro del cielo. Participé en una rifa para ayudar a comprar una ambulancia en un hospital, pero me había olvidado de esa rifa. Era la víspera de Rosh Hashana y me avisan que gané un auto. Yo vendí ese auto, me vine a Israel y me pude mantener el primer tiempo que no era Olé jadash.
P: ¿Cómo fue el proceso en Israel?
Llegué a Israel a los 28 años. Conocía al rabino Boton, que había sido rabino en mi ciudad que vivía en Israel. Me puse en contacto con él y en un principio estuve en su casa. Desde que llegué sentí una conexión con la tierra de Israel y el pueblo de Israel.
Cuando llegué a Israel tuve una prueba difícil. Llamé a mi casa y mi mamá no contestaba al teléfono. Hablé con una vecina y me contó que mi mamá estaba muy enferma. Era el gran dilema, volverme o quedarme. Si me volvía y Di-s no lo permita, mi mamá se moría no iba a quedar nada que continúe para ella. Por otro lado, si yo me quedo voy a tener la oportunidad de construir una familia, de construir una vida nueva y va a ser el mérito de ella. Va a ser algo contractivo y positivo. Decidí quedarme a pesar de todo y mi mamá se recuperó.
Me conecté con una yeshiva en Jerusalem, Najalat Zvi. La experiencia no fue tan positiva como ya esperaba. Yo ya estaba acostumbrado al ambiente jasídico. Después de un par de meses conocí a un jasid jabad uruguayo que vivía en la zona. Él me hizo conocer a un Rebbe jasídico de la dinastía de Sans, Jasidut Strotkop. El Rabino me recibió con una sonrisa, bendiciones, alegría y espontaneidad que no lo había sentido en el mundo judaico en Israel. Eso me conectó mucho con este Rebe. Estaba en la Yeshiva, pero cada tanto me escapaba al Tish del Rebe los sábados. Al final fui a vivir con esta familia uruguaya un tiempo y en eso conocí al Rabino Birnbaum que dirigía el ulpan de conversión en español y me entrevisté con él. Por un lado me interesó la cuestión cultural e idiomática para estudiar y entre más conocí a la gente del ulpán fue también una oportunidad para integrarme a la cultura israelí. También me gustó la libertad de elección que permitían respecto a la línea espiritual ortodoxa dentro del pueblo de Israel, sin ninguna coerción.
P: ¿Cuál fue la reacción de su madre cuando se enteró que usted quería ser judío?
Desde que se enteró siempre estuvo muy contenta. Lo que le importaba era saber que yo iba a tener una familia. Hay vida, hay una continuidad de vida. Y para ella era muy importante. Nunca entendió exactamente qué era la conversión, pero estaba contenta de saber que los judíos tienen familia y muchos hijos.
P: ¿Cómo fue el momento de la conversión?
La conversión de los hombres tiene dos etapas. Yo hice el Brit Mila (circuncisión) antes de Rosh Hashana. En la época de las fiestas ya había entrado al pacto de Abraham pero aun no me había sumergido en la Mikve. Mi Rebe me llamó en Iom Kipur a levantar por primera vez el rollo de la Torá. No me esperaba que me fuera a llamar. Fue como decirme: ya estas en la puerta del recibimiento de la Torá y eso fue muy emocionante para mí. Es una sensación muy especial, muy rara. Cuando uno se sumerge en la mikve es como el primer respiro de un bebé recién nacido. Es la sensación de respirara dos mil años de historia.
El gran tikun fue cuando nació mi hija hace casi dos años. En algún momento estuve en contra de la vida y ahora cree vida.
Por Aliza Moreno Goldschmidt , extraído de Correo Amishav
viernes, 07 de abril de 2006
De la sotana a la kipá
Hoy en día se observan variados casos de personas que deciden unirse al pueblo de Israel y pasar por un exhaustivo proceso de conversión al judaísmo. Cada caso de por si es una historia inolvidable...
Entrevista con Aarón Calderón
Oriundo de la provincia de Entre Ríos, Argentina, Aarón Calderón ha llevado una vida en búsqueda de la unidad de Di-s y de la espiritualidad. El ex-monje benedictino actualmente reside en Jerusalén y es la mano derecha del Rebe de Strotkop. Sus ojos profundos y sus pasos sinceros son reflejo de un alma inolvidable.
P: ¿Cuándo se empezó a interesar por la religión?
Cuando entré a al colegio a los 12-13 años fue mi primer despertar religioso: ayudar a la gente, identificarse con los ideales de amor universal que presenta de alguna forma el cristianismo. Ellos tienen un estilo muy misionero de trabajar con chicos y jóvenes. Me acerqué mucho a ese sistema. Era también la época de todos los ideales, de la adolescencia. Al terminar la secundaria, a los 16 años, hice dos años de seminario en Rosario, donde empecé mis primeras experiencias misioneras con indígenas venidos del norte de Argentina a otra ciudad de Santa Fé. Esto, por un lado, me produjo una satisfacción por poder ayudar a la gente, pero por el otro me generó un vacío espiritual, en el sentido que era superficial en cuanto a la búsqueda religiosa. No es suficiente dar, hay que saber dar. Uno tiene que estar muy conectado internamente para poder dar. De lo contrario el dar se transforma en una forma de recibir, una forma egocéntrica de recibir. Puede ser una mentira el dar. Fue la primera crítica intuitiva que tuve hacia la iglesia: Trabajo con los pobres, les doy mate cocido y pan de segunda categoría. Luego regreso al instituto donde tenemos ducha caliente, televisor a color y comida de primera calidad. El dar se transforma en una cuestión simplemente burocrática, pero no está conectada con uno.
Después de esos dos años entre al sistema del consagrado – el religioso católico, el noviciado – lo que significaba adentrarse en estudios filosóficos y compenetrar un poco más en la espiritualidad católica y religiosa. Eso fue un año, pero no llegó a llenarme, por que era un sistema muy escolarizado de la vivencia espiritual. Era un sistema que no estaba adaptado a mi ritmo de vida. Fue entonces cuando comencé a buscar, a los 19 años de edad, un sistema más primitivo, más antiguo, más conectado con las raíces católicas y allí encontré un monasterio benedictino.
El sistema de oraciones es similar al judío, tres veces al día. Ellos lo llaman: “Laudes”, “Sexta” y “Víspera” (Como shajarit, minja y arvit). Con el mismo sistema de salmos y también Tikún Jatzot (estudio y rezos nocturno). El ideal de ellos es crear un desierto de silencia en donde la persona puede buscar sin disturbios ni confusiones la unidad de Di-s. La gran mayoría del día está prohibido hablar, pero hay momentos de recreo. Los novicios tienen más momento de hablar, porque están en la época de adaptación tienen un recreo a la tarde y uno a la noche de no más de media hora. Yo estuve tres años en el monasterio. Dos de novicio y el último hice votos monásticos temporales: Obediencia, conversión de vida (voto de pobreza y castidad) y estabilidad (morir en el monasterio).
P: ¿Cómo fue la experiencia de llevar una vida sin hablar?
Era muy fuerte, no solamente el no hablar, en general la falta de medios de comunicación. Para quien estaba acostumbrado a la radio, la televisión, al diario, descomunicarse y contactarse con uno mismo de una forma abrupta, es muy fuerte, es un shock. Los monjes decían que el hombres se transforma de esta forma en una caja de resonancia y el mundo interior que hasta el momento parecía muy chiquito, se expande y uno ve un mundo entero de emociones y sentimientos; uno ve mucho más claro el mundo interno espiritual.
P: ¿A usted como persona qué la aportó esta experiencia?
Esto llevó a clarificarme, a ver y a sentir con claridad la unidad de Di-s, que a pesar de todo lo que uno puede ver, de todas las mutaciones y los cambios de la realidad y de la historia, al conectarse con uno mismo uno descubre que existe un creador, una sola esencia que sostiene, que crea y que mantiene el universo.
P: ¿Cómo es la vida social en un monasterio?
La vida social se reduce, precisamente para abrir la vida espiritual. Se crean amistades, muy reducidas, siempre dentro del ambiente del monasterio. Se desarrolla otro tipo de comunicación gestual no verbal. Es un mundo de comunicaciones. Por ejemplo, en el comedor no se puede hablar. Hay un lector y los demás comen en silencio. Había todo un mundo gestual para pedir la sopa, la sal, el vino, etc…Hay una sensibilidad en la mirada que te permite descubrir si el otro necesita algo. Se desarrolla una conexión, de alguna forma energética, de miradas y códigos. En este mundo no oral se crean relaciones sociales. De mi grupo ninguno se quedó en el monasterio, pero con aquellos que creé vínculos sigo en contacto incluso hasta el día de hoy.
P: ¿Cómo comenzaron sus dudas respecto al cristianismo?
En una ocasión fui al abad del monasterio y le planteé la siguiente cuestión: El Todopoderoso se puede comparar a un padre que le dice al hijo que es diabético no comer azúcar y lo cría de esta forma. Cuando llega la mayoría de edad el padre le trae una gran torta de chocolate. Es un padre que le da algo que el hijo no puede entender ni recibir. Sería un mal padre. Igualmente, en el antiguo testamento, en la Torá, Di-s ordena no hacer imagen y cada vez que el pueblo de Israel se hacía una imagen lo castigaba, y cuando teóricamente llega la plenitud de los tiempos y Él quiere dar la salvación a la humanidad, Él mismo se moldea, se hace imagen en cuerpo de una persona. ¿Cómo se entiende desde esta perspectiva el mensaje del cristianismo? El Abad se sonrió con una sonrisa muy pícara y me dijo “es una cuestión de fe”. Llegado el momento seguí con las preguntas generales a la iglesia. Las dudas se me manifestaron ante todo a nivel teológico sobre la unidad de Di-s. Durante mi estancia en el monasterio la presencia y unidad de Di-s se me hizo clara, el tema fue cuando intenté entender las doctrinas filosóficas y externas a toda espiritualidad sobre la trinidad. Se me hizo muy complicado entender los misterios cristianos de la eucaristía, del pan que es Di-s; materializar a Di-s de una forma tan burda como es un pedazo de pan. Empezaron entonces las críticas al mismo Jesús cuando él critica a la tradición rabínica de su época. No me voy a olvidad el sentimiento de culpa que sentí cuando leí el evangelio: ustedes largan sus vestiduras, rezan y viven de la limosna mientras que los demás están pobres. ¡Y de pronto me vi a mi mismo! Yo tenía largas vestiduras, la sotana, yo vivía en el convento tranquilo, vivía de la limosna de los demás y decía que hacía largas oraciones. La misma crítica que él hizo en su época, se le puede hacer a la iglesia de hoy en día. Él critica la tradición oral judaica de su época y la iglesia después creó su propia tradición oral igual a aquella que criticó. Al final se queda el mismo esquema, el mismo sistema. Finalmente decidí abandonar el monasterio y volver a mi ciudad.
P: ¿El abad no se asombraba de este tipo de preguntas?
No, de ninguna forma. Es una pregunta muy normal en la vida de un monje. Es la pregunta del monje. Para ellos es la tentación del monje. El ideal es atravesar el umbral de la duda y encontrarse con el misterio, coexistir con el conflicto y vivir así.
P: ¿Cómo comenzó su interés por el judaísmo?
Una vez que fui a asesorarme con el Abad vi que estaba estudiando Torá en hebreo. Lo que me acuerdo de esa época fue el impacto de las letras. Para mi fue un despertar. Desde ese momento sentí que era algo que yo tenía que aprender. Recuerdo que cuando salí de este encuentro volví al recreo de los novicios y yo les conté el episodio y dije que si algún día yo salía de ahí me gustaría estudiar hebreo. En ese momento nunca hubiera pensado que iba a terminar en el pueblo de Israel. En esa época yo era un buen cristiano y a pesar de todo muy devoto.
P: ¿Cuál fue la reacción de sus padres cuando decidió irse al convento?
Muy negativa. Lo tomaron muy mal. Ellos se arrepintieron en alguna forma de haberme enviado a un colegio religioso. Porque ellos sabían que estando en el monasterio no iba a tener hijos, ni familia y para ellos eso era muy triste.
P: ¿Cuál fue la reacción de su madre al regresar del convento?
“¡Te lo dije!”
P: ¿A qué se dedico al regresar del monasterio a su ciudad natal?
Empecé a estudiar en la facultad de teología para laicos de una universidad católica, donde estudié por dos años. En esa época también decidí estudiar finalmente hebreo, por lo cual fui a buscar a un rabino. Mi sorpresa fue cuando me encontré un rabino sin barba, un reformista muy moderno. Y cuando me dijo que no enseñaba hebreo mayor fue mi asombro. Me acerqué a una escuela de gente adulta que estudiaba hebreo una vez por semana, donde tampoco eran religiosos y la mitad no eran siquiera judíos. Paralelamente, en el teologado me hice amigo de un instituto de monjas misioneras, comencé a colaborar con la misión con gente marginada. Así fue, por un lado el descubrimiento de la comunidad judía y por otro lado la vivencia del cristianismo. En el ínterin conocí también a un grupo mesiánico. En un momento tuve todo el mapa frente a mí. Podía ir un viernes a la sinagoga, después ir al centro mesiánico y después ir a misa.
P: ¿Qué lo hizo tomar un rumbo determinado?
Recuerdo que un día que volvíamos de misionar con una amiga le dije: “los judíos recitan los viernes el “veshamru bnei Israel…” y ahí se dice que hay un pacto eterno entre Di-s y el pueblo de Israel. Si es un pacto eterno, lo que Di-s dice no lo puede revocar. Si Shabat es un pacto eterno y nosotros lo cambiamos al domingo, nosotros estamos equivocados.” Ella por su parte me respondió diciendo: “Sos un fundamentalista”.
Para mi ese fue un punto decisivo. Entendí que de ahí no había vuelta. Ese fue el punto espiritual donde yo decidí ingresar al pueblo de Israel. Esto desencadeno toda una desilusión y desengaño de Jesús y su mensaje; me creo un vacío interno muy fuerte y muy grande, una angustia espiritual; de alguna forma todo lo que llenó mi vida, todos estos ideales de la adolescencia no estaban y no había de donde agarrarme ni en quien creer, ni a quien amar…nada. Estaba el vacío.
P: Después de esta conclusión espiritual, ¿Cómo fue su acercamiento al judaísmo?
En esa época me encontré con el rabino Lubavitch que había venido a la ciudad. Me encontré con él en la calle. Antes ya me habían comentado que había en la ciudad un
Rabino ortodoxo, me había dicho que no me iban a aceptar – sobretodo viniendo del mundo que yo venía. Cuando me lo encontré en la calle le dije que yo me quería convertir al judaísmo. Pidió mi teléfono pero no me llamó. Busqué su teléfono, lo llamé y nos encontramos. En aquella charla me dijo algo que me acercó mucho más al judaísmo. Me explicó que yo no necesitaba convertirme para llegar a la salvación, que por ser “bnei noaj” bastaba con que cumpliera las siete mitzvot. “Dejaste la idolatría, eres un “goi” perfecto, así te creó el Todopoderoso, vas a tener tu parte en el mundo por venir.” Esto me llevó a comprender que el Di-s de Israel es un Di-s de amor que recibe a toda la humanidad.
Los primeros pasos de acercamiento lo hice junto a este rabino Lubavitch, Rabino Moshe Bluminfeld. Todos me habían asustado que no me iban a recibir en el mundo ortodoxo, pero yo iba todos los shabat a su casa y era muy abierto. Me decía que podíamos ser muy buenos amigos aunque no fuera judío. Casi dos años estuve en el proceso con él. Es como un chico que se va educando en la casa de su padre y va a aprendiendo. Yo nunca decidí ser jasid, ni dejarme la barba, ni ponerme kipa, es una cuestión de convivencia. Yo quiero aprender cómo son los judíos y dentro de esto voy viendo, voy aprendiendo y voy integrándome.
Después de estos dos años yo tenía mucha tensión interna, pero en Argentina no se puede hacer conversión porque hay un “jerem”. En esa época me sucedió un milagro del cielo. Participé en una rifa para ayudar a comprar una ambulancia en un hospital, pero me había olvidado de esa rifa. Era la víspera de Rosh Hashana y me avisan que gané un auto. Yo vendí ese auto, me vine a Israel y me pude mantener el primer tiempo que no era Olé jadash.
P: ¿Cómo fue el proceso en Israel?
Llegué a Israel a los 28 años. Conocía al rabino Boton, que había sido rabino en mi ciudad que vivía en Israel. Me puse en contacto con él y en un principio estuve en su casa. Desde que llegué sentí una conexión con la tierra de Israel y el pueblo de Israel.
Cuando llegué a Israel tuve una prueba difícil. Llamé a mi casa y mi mamá no contestaba al teléfono. Hablé con una vecina y me contó que mi mamá estaba muy enferma. Era el gran dilema, volverme o quedarme. Si me volvía y Di-s no lo permita, mi mamá se moría no iba a quedar nada que continúe para ella. Por otro lado, si yo me quedo voy a tener la oportunidad de construir una familia, de construir una vida nueva y va a ser el mérito de ella. Va a ser algo contractivo y positivo. Decidí quedarme a pesar de todo y mi mamá se recuperó.
Me conecté con una yeshiva en Jerusalem, Najalat Zvi. La experiencia no fue tan positiva como ya esperaba. Yo ya estaba acostumbrado al ambiente jasídico. Después de un par de meses conocí a un jasid jabad uruguayo que vivía en la zona. Él me hizo conocer a un Rebbe jasídico de la dinastía de Sans, Jasidut Strotkop. El Rabino me recibió con una sonrisa, bendiciones, alegría y espontaneidad que no lo había sentido en el mundo judaico en Israel. Eso me conectó mucho con este Rebe. Estaba en la Yeshiva, pero cada tanto me escapaba al Tish del Rebe los sábados. Al final fui a vivir con esta familia uruguaya un tiempo y en eso conocí al Rabino Birnbaum que dirigía el ulpan de conversión en español y me entrevisté con él. Por un lado me interesó la cuestión cultural e idiomática para estudiar y entre más conocí a la gente del ulpán fue también una oportunidad para integrarme a la cultura israelí. También me gustó la libertad de elección que permitían respecto a la línea espiritual ortodoxa dentro del pueblo de Israel, sin ninguna coerción.
P: ¿Cuál fue la reacción de su madre cuando se enteró que usted quería ser judío?
Desde que se enteró siempre estuvo muy contenta. Lo que le importaba era saber que yo iba a tener una familia. Hay vida, hay una continuidad de vida. Y para ella era muy importante. Nunca entendió exactamente qué era la conversión, pero estaba contenta de saber que los judíos tienen familia y muchos hijos.
P: ¿Cómo fue el momento de la conversión?
La conversión de los hombres tiene dos etapas. Yo hice el Brit Mila (circuncisión) antes de Rosh Hashana. En la época de las fiestas ya había entrado al pacto de Abraham pero aun no me había sumergido en la Mikve. Mi Rebe me llamó en Iom Kipur a levantar por primera vez el rollo de la Torá. No me esperaba que me fuera a llamar. Fue como decirme: ya estas en la puerta del recibimiento de la Torá y eso fue muy emocionante para mí. Es una sensación muy especial, muy rara. Cuando uno se sumerge en la mikve es como el primer respiro de un bebé recién nacido. Es la sensación de respirara dos mil años de historia.
El gran tikun fue cuando nació mi hija hace casi dos años. En algún momento estuve en contra de la vida y ahora cree vida.
Por Aliza Moreno Goldschmidt , extraído de Correo Amishav